viernes, 15 de agosto de 2008

MALA FORMA DE BEBER


El jueves 14 de Agosto, decidí a última hora salir a dar una vuelta solo. Necesitaba con urgencia una cerveza después de compartir un duro día de mudanza. Llegué como ha sido una de mis más recientes costumbres hasta El Abasto. Ya una vez escribí sobre este lugar cuando entró un grupo numeroso de carabineros sólo para cursar una infracción. Bueno, esta vez fui a apoyar la causa, una buena banda funky llamada Pichanga, tocando en vivo, y la esperada Escudo en mi mano. No era tan terrible para estar solo.
Era casi ideal. Me encontraba al final de la barra conversando con uno de los saxofonistas del grupo, minutos después de que habían terminado su show, cuando sentimos unos ruidos desde afuera, como si alguien estuviese estrellando su cuerpo con la cortina metálica en reiteradas ocasiones. Era muy raro pensar eso pues la cortina, por razones obvias, estaba abierta. Pensando que eso era todo, el carrete no se alcanzó a ver interrumpido y no me moví de mi lugar.
De pronto un golpe seco, fracciones de segundos antes de una lluvia de trozos de vidrio, cambió todo. Cayeron vidrios por todos lados, incluso en la barra. Como la curiosidad siempre puede más, muchos miramos hacia el gran ventanal que el local tiene y pude ver uno de sus vidrios con una perforación circular. Un piedrazo bien puesto, nada más. Tomé mi botella de cerveza, dejé mi vaso en la barra, pensando que podría tener pequeñas esquirlas de vidrio, mientras pasó un tipo con su frente herida por mi lado raudo hacia el baño. Mucha gente no notó al interior del lugar lo que estaba pasando, suelen quebrarse botellas y vasos en los bares, pero cuando vi a través del vidrio unos tipos amenazando con botellas en la mano, pensé que esto no había terminado. Así fue como entró una de las botellas arrasando con otro vidrio e impulsando los trozos de este muchos metros hacia adentro. Entonces todos nos ocultamos tras los pilares.
Por mi parte alcancé a recibir algunos golpes de vidrios en mi espalda, imagino que porque atiné a darme vuelta cuando vi a los niños apuntando sus botellas al local. Eso es una anécdota al lado de algunas personas que pasaban rápido hacia el baño con sus manos sangrando cubiertos con trapos o ropas creo yo.
La música ya se había detenido para entonces, el carrete se había funado. No quedaron vidrios buenos, los encargados llamaban desesperadamente a la policía y se abrió una puerta de escape por un costado. Llegaron los carabineros muy aperados como buscando delincuentes al interior del recinto, en circunstancias (como dicen ellos) que los malos de la noche estaban afuera y seguramente pasaron por su lado. No hubo mucho que discutir, tomé lo que pude de cerveza y seguí las instrucciones saliendo tranquilamente. El paso por la zona de la ventana, para salir por el escape, estaba como para andar con zapatos de suela ancha y dura.
Lo que hice después a nadie le importa, pero caminé hacía abajo sorprendido por el despliegue policial. También me sorprendí cuando vi, en los arreglos que se están haciendo en la calzada de calle Cumming, como algunos niños botaban las barreras y cintas que están dispuestas para evitar accidentes o caídas a la excavación, burlándose del cuidador de la obra, quien en vano trataba de reponer la ubicación de estos elementos.
Todos sabemos que en el sector de la Avenida Elías, en la esquina con Cumming, donde se encuentra ubicado El Abasto, se llena todos los días de jóvenes y no tan jóvenes que se reúnen para tomar copete (beber alcohol) en la vía pública, una sana costumbre que algunos tratamos de dejar atrás. Eso no es malo si pensamos que no todos tienen dos lucas como yo anoche, para entrar a escuchar una banda y tomarse una sola cerveza. También es cierto que la idea es armar el carrete ahí y aparte de ahorrarse unos pesos, tener la posibilidad de tomar hasta que ya no puedan pararse. O hasta que empiecen a orinar los autos, o pedir más dinero o, por último, tirar botellas a una gran ventana.No estoy personalmente en contra de que se beba alcohol en las calles, pero no puedo darme el lujo de patrocinar ese hecho. No es un tema generacional, hace muchos años atrás muchas veces tomé en la calle o escondido por ahí, pero no recuerdo hacer tanto daño, al nivel de poner en riesgo la integridad de otras personas. Locuras hice (y las sigo haciendo, un poco), pero mis peores borracheras fueron siempre en alguna casa, o sea, en privado. Algunos dicen que estos tipos que lanzaron botellas eran “pankis” (o “punkies” como debería escribirse), otros dicen que eran pokemones. A mi me da lo mismo. Sólo sé que aparte de ser ebrios, eran patos malos, flaites y que vestían de negro medio gris y ajustado. En el fondo quiero decir, con el debido respeto que se merecen los jóvenes que les gusta el copete y que lo disfrutan y lo toman como un medio para divertirse y compartir, estos eran unos “pobres y tristes huevones”. Yo, en lo personal, tomaría más tranquilo al interior de ese local si hubiese un autito verde por ahí cerca, lo cual implica que el acceso a el estaría despejado de huevones mutantes y violentos que, justo anoche, pusieron en peligro mi integridad y la de muchas personas que ellos ni conocían. Por suerte.Apoyo al local, seguiré yendo, estos flaites borrachos no se van a tomar el puerto de nuevo.

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