jueves, 13 de agosto de 2009

LO SIENTO MUCHO


Ya todos vimos el partido de fútbol entre la selección de Dinamarca y la nuestra, la roja, en la ciudad de Copenhague, en este país europeo. Bastante se ha destacado el resultado que nos favoreció y sobre todo el funcionamiento de nuestro equipo, considerando que la selección danesa esta en el primer lugar de su grupo en las clasificatorias para el mundial de Sudáfrica 2010.

Pero no comentaré el fútbol de ninguna de las dos selecciones, ni el resultado.

Tengo la necesidad espiritual de plantear un conflicto que me surgió apenas comenzado el encuentro, más bien, una vez comenzada la transmisión televisiva.

El clásico y a veces polémico rito en que las selecciones internacionales interpretan los himnos de sus respectivos países, en esta ocasión tuvo un sabor diferente para mi.

Estamos acostumbrados a ver en televisión que en el Estadio Nacional de Chile, cada vez que nuestro combinado enfrenta a sus símiles de países como Perú, Bolivia o Argentina, sus himnos patrios sean abucheados de manera grotesca e irrespetuosa por nosotros, los chilenos. También estamos habituados a recibir esta manifestación en el Nacional de Lima, en La Paz o en el Monumental de Buenos Aires. Qué se le va a hacer, es sólo una más de las odiosidades entre países limítrofes.

Como chileno, y aun cuando mi patria está en mi corazón kilómetros al interior antes que la hermandad latinoamericana, me gustaría que no interrumpieran mi Himno Nacional y, por eso, no estoy muy de acuerdo con molestar a los extranjeros en ese momento importante para ellos, sobre todo fuera de su país.

En fin, Dinamarca nunca ha sido y espero que no sea, país limítrofe de Chile, sin embargo ayer tuve sentimientos encontrados. La primera impresión fue ver el estadio absolutamente de rojo. En primer momento creí que eran fanáticos de la selección local, ya que su vestimenta original era de ese color. Luego me di cuenta, por los gritos y las tomas de televisión más cercanas, que se trataba de compatriotas. Los relatores del encuentro me ayudaron a comprender la situación al contar que, aunque la colonia chilena en ese país no es muy numerosa, si lo es en países como Noruega y Suecia, y que desde ahí viajaron esos miles de chilenos para ver el partido.

Con los equipos en la cancha y perfectamente alineados, comienza la interpretación del himno chileno. Se canta el himno forastero, el del visitante, pero se oye como si estuvieran en Santiago. Parecía estar cantando todo el estadio. Teniendo claro que no es un partido por un mundial o por clasificatorias, o sea, sabiendo que no se están disputando puntos, se me pararon los pelos en ese momento. Abruptamente y por razones de tiempos, quizás en la transmisión televisiva, o tal vez por determinaciones de la señora FIFA, cada himno se canta por sólo un minuto. Esa edición de mi canción patria, derivó en que la interpretación pregrabada de la orquesta, concluyera en la parte donde la letra dice: “...Y ese mar que tranquilo te baña, te promete futuro esplendor...”.

Sin saberlo yo, ni los jugadores y menos el público chileno en el estadio, todos tomamos aire para hinchar los pulmones y gritar “...Duuuuulce paaaaatria recibe los votos...”. Pero los futbolistas chilenos se miraron y yo me quedé con las ganas. El himno chileno llegó hasta ahí para los organizadores y para los televidentes, pero no para los miles de patiperros vestidos con nuestra camiseta que llenaron gran parte del estadio. Por eso, cuando los jugadores daneses correctamente formados comenzaron a cantar su himno nacional, se sintió la voz chilena en masa, continuando con nuestra marcha hasta el final, tapando absolutamente el canto de los locales.

Algunos de los rubios deportistas miraban sonriendo sin comprender y, seguramente, los que no tenían buena cara, entendieron perfectamente lo que ocurría.

Me quedé mirando la televisión y mientras se veía a los daneses mover sus labios al ritmo del himno chileno que cantaban todos, me emocioné. Y me confundí. Quise respetar al himno del contrario. Quise que el público respetara al país local y su canto, sobre todo porque no tenemos vínculos de enemistad. Pero después de un momento me aclaré.

Lo siento. No puedo pensar como si estuviéramos en Santiago, Lima o Buenos Aires. Con todo el respeto que me merecen los europeos, me instalé en el lugar de aquellos compatriotas que han vivido allá por años por una u otra razón, que no saben que la FIFA acorta los himnos, que sólo gritaron ciegamente esa canción que muchos no volverán a cantar nunca en nuestro suelo. Chilenos que se olvidaron que habían dos equipos en la cancha y que estaban a miles de kilómetros de aquí cantándole a esta dulce patria sin ningún tipo de censura.

Repito, lo siento. Que me perdone Schiappacasse, Carcuro, Livingstone o el mismo Pato Yañez, yo, en el estadio, habría hecho lo mismo.

Y así Chile jugó de local y ganó.

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