viernes, 30 de abril de 2010

...YO QUERIA SER MAYOR......


Es lo que nos ha pasado con los años a todos.
Quizás se ha escrito mucho sobre ello, pero como soy un fanático irremediable de la no – lectura, no se nada al respecto.
Primero fue la pintura, luego la fotografía, después el cine, la televisión y ahora internet. El culto a la belleza nos ha perseguido desde los tiempos en que no existían los tiempos.
Sin llegar a ponernos tan graves, acotemos el concepto a lo netamente visual, o sea, la belleza física.
En ese contexto, el término está inevitablemente, aunque no de forma absoluta por cierto, ligado a la juventud, aquella etapa de nuestras vidas en que nuestros cuerpos están en su mejor momento.
Pero ocurre que a medida que pasan los años, junto con el bombardeo de información respecto a lo bueno de ser bello, también hay una insistente tendencia a prolongar este momento en nuestras vidas.
Las cosas van cambiando y si uno ve televisión o navega por internet con mediana regularidad, se dará cuenta que los niños se convierten en jóvenes mucho más temprano que como ocurría hace veinte años y que los ancianos ya no son ancianos a los sesenta años, más bien pasados los ochenta.
Esto último tiene también relación con la prolongación de las expectativas de vida, no sólo en Chile, si no en todo el mundo. Ocurre, por ejemplo, que los “adultos mayores” son una especie en extinción que cada día se cubre bajo muchas capas de maquillaje, muchas operaciones y arreglos diversos, sobre todo en las señoras. Tendría que escribir un libro completo sólo para exponer en catastro las maneras que hay para - supuestamente - permanecer joven por siempre.
En el otro extremo están los niños. Por estos tiempos resulta un tanto latero oír tan seguido la frase: “mi hijo(a) no es como los otros, salió tan inteligente, si se da cuenta de todo...”. No hay por que sorprenderse. Todos los niños nacidos con sus facultades mentales y físicas relativamente normales son así. Nos impactamos con algo que ya no es sorpresa. Y eso no termina en la niñez o cuando los niños empiezan a caminar o hablar. La progresión sigue. La niña de 11 años que se maneja mejor que uno frente a un computador ahora es una “lolita”, antes que la mamá lo suponga siquiera, será toda una adolescente y su primer pololo no podrá esperar a que la bella lola empiece la enseñanza media.
Ese término que no comprendo muy bien, la “pre – adolescencia”, se refiere a un período que, a mi parecer, cada vez es más corto. La adolescencia es juventud. De ahí en adelante según la ley, hay una enormidad de tiempo, la mejor época de la vida, en que el estado lo considera a uno oficialmente joven, al menos hasta los veintinueve años. Pero sucede que a esa edad ya se ha pasado por la universidad, se han tenido hijos, algunos se han casado y la mayoría ya se ha separado, o sea, a los veintinueve, cuando según el estado uno está a punto de dejar de ser joven, casi ha vivido todo lo que se “debe” vivir (salvo tener nietos).
Personalmente, pasé seis meses de mi vida cuestionándome estupideces, en las que obviamente, nada tiene que ver el estado, sino, simplemente el siempre desagradable “cambio de folio”. Los primeros seis meses de mis treinta años fueron feos, pero tampoco me convertí en adulto de un día para otro, ¿o acaso alguien que lee esto, se sintió “viejo” al cumplir los treinta? Así es. Nadie, salvo yo, pero luego comprendí que no era así la cosa. Cuando uno tiene en la cabeza planes, proyectos, metas y objetivos, tener treinta y tantos es sinónimo de adolescencia. Ni hablar si alguien tiene la desdicha de fallecer intempestivamente a los cuarenta y tantos años, ¿a alguien se le ocurre pensar que esa persona ya lo había vivido todo? Al contrario, la primera expresión es lamentar lo joven que era al momento de morir.
Otro ejemplo, antes las canas eran de uso exclusivo de los abuelos, ahora son consideradas “sexys”, sobre todo en los hombres jóvenes (de cuarenta y tantos). La madurez es un elemento de atracción para con el sexo opuesto... o el mismo sexo. También es común el concepto del “niño” que llevamos dentro, eso que nos justifica de cualquier tontera que hacemos cuando deberíamos comportarnos como gente madura. ¿A que edad dejaremos de usar “jeans”? ¿Hay que dejar de usarlos después de cierta edad?.
Otra especie en extinción es el abuelo que le tira migas a las palomas en la plaza vestido de terno gris impecable. ¿Alguno de nosotros se imagina en esa vejez?. Nadie.
Entonces, ninguna mujer querrá pasar sus últimos años con un viejo de gris tirando migas a las palomas, por eso, aspiran a otro tipo de hombre. El eterno joven. El tipo al que las canas se le ven bien, que usa lentes, pero de marca, muy elegantes y delgados. No importa si se le cae el pelo, el conducirá una imponente camioneta o un vehículo elegante y lo principal, tiene que ser dueño de algo.
Ese hombre tampoco quiere una señora gorda que se quede en casa y que se sepa de memoria todas las teleseries. Menos si su cabello se pone blanco o está mal teñido. No importa la edad de sus hijos, ni la de ella misma, no importa donde está su ex marido, el tema es que ella se vea joven, bueno porque de hecho “es” joven (cincuenta y algo). Los jeans ajustados le quedan bien y rubia se ve espectacular.
Según mis indocumentadas e inexpertas estadísticas, me tomo la libertad de especular que en pocos años más, nuestra propia vejez ya no será como la de nuestros abuelos. El sistema – mundo está estirando la juventud de los humanos de forma asombrosa, esto distorsiona la realidad de los roles, al menos de la forma como nosotros los conocimos. La guagua camina muy pronto y se convierte en niño, el niño ya es joven y ahí se queda. Y se queda luchando muchos años con el “adulto joven”, pero siempre siendo joven. Hasta los sesenta por lo menos.
Podría decir que uno se convierte en viejo cuando, según la ley, está en edad de jubilar, entendido esto como la edad en la que uno ya no debería trabajar. Pero ¿cuándo llegará la real vejez? ¿Cuándo alguien es “anciano”?, ¿cuando usa muletas, silla de ruedas o no se puede valer por sí mismo?.
Así como el niño informado y saturado de una no siempre adecuada información, entiende que hay que vincularse pronto afectivamente con alguien pues todos lo hacen, así también, mas o menos al centro del asunto, estamos los que tenemos que usar cierto desodorante, subirnos a cierto auto, usar cierta camisa, entrar a ciertos lugares, escuchar cierta música, viajar a ciertos países, conocer ciertas personas, tener cierto tipo de celular y tener una cuenta en cierto banco para poder “conquistar” a la misma cierta mujer que aparece en ciertas publicidades todo el día y a cada rato frente a nuestros ojos.
En este rango habemos millones.
Claro, las mediciones de población del país registran datos exactos y la edad es uno de esos. Pero no mide cómo una persona se ve o se siente o se quiere ver o se quiere sentir. Si así fuera, habría un porcentaje de niños de hasta trece años, luego de los trece a los sesenta estaríamos todos los “jóvenes”, para cerrar con una pequeñísima lista de “viejos”.
Desde los niños delincuentes hasta los viejos que corren la maratón, ahí al medio estamos casi todos. Somos todos jóvenes, por eso exigimos que nos tuteen y nos carga cuando nos dicen “caballero” o “señora” (aunque ellas estén casadas y sean madres) y el rango de esta condición va creciendo cada día más, y crecerá hasta que sólo hayan recién nacidos, jóvenes y personas sobre noventa años.
La televisión, internet y las cirugías plásticas tienen a todo el mundo metido en un gigantesco retrato de Dorian Gray que se esta resquebrajando mientras los jóvenes nos sentimos indestructibles desde que descubrimos que lo de la abejita con el polen es una tediosa e inútil historia hasta... bueno, hasta siempre. Obvio, “forever young” es la consigna.
Un paréntesis de recuerdo para mis amigos de Gran Bretaña 622, cuando por ahí por el año 1994 la televisión mostraba un comercial de una gaseosa en el que se veía a un anciano, sentado en una silla de ruedas y rodeado de gente. Al beber esta gaseosa refrescante, el viejo repentinamente se paraba de su silla y gritaba “¡soy joven!”.
Esta frase fue la salida a muchos conflictos de la época, cuando había que echarle la culpa a algo, pero en el fondo, muestra que es bueno ser joven, es lo ideal, todos lo queremos y todos nos rehusamos a envejecer.
Sobre todo “ellas”.
Los niños ya no juegan con abacos, ahora hay que comprar un computador de juguete mientras no puedan usar el tuyo y los abuelos ya no usan boinas, sino que juegan todos los sábados a la pelota con amigos.
“Juventud divino tesoro” cantó una voz que murió joven. Creo, ni sé la edad que tenía Luca, da igual, era joven.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He conocido mujeres de 25 años que parecen de 40, y viceversa.
Mi tía es un ejemplo y un referente para mi, pues su edad no es un patrón, si no más bien es una edad mental...
Yo no voy a dejar de escuchar "cierta" música o dejar de ponerme zapatillas porque según la sociedad soy "adulta joven".
Es sólo un número, irrelevante cuando no nos importa demasiado.