viernes, 28 de noviembre de 2008

¿QUIEN TRAGARA LAS MONEDAS?




Qué se le va a hacer. Entre la impresionante oferta y demanda de aparatos de telefonía celular y la proliferación de los centro de llamados, además de los teléfonos públicos dependientes de locales comerciales, los clásicos “teléfonos públicos” han cambiado.
Yo alcancé a conocer los amarillos con teclas negras, muchas veces, por no tener teléfono en casa, llamé desde ellos usando monedas de diez pesos, cuando la llamaba costaba veinte pesos. Los aparatos azules eran de las mismas características, sólo cambiaba el color, claro que esto significaba que ese aparato permitía hacer llamadas de larga distancia nacional.
Muchas veces entre los amigos aplicamos la técnica de la aguja para evitar el cobro de la llamada, la cual, además de pasar a ser gratis, era de duración infinita. Si alguien está interesado o interesada en saber cual es esta técnica, puede solicitar más información por la vía del comentario y en otro capítulo la detallaré.
Un gran acontecimiento nacional, reflejado en los noticieros, fue la llegada de los famosos y efímeros “teléfonos públicos inteligentes”. Unos aparatos feísimos de tonos grises y metálicos que traían como novedad una pantalla (también gris) donde uno podía ver el número que estaba marcando o si el teléfono presentaba algún problema. Pero eso no era lo inteligente del aparato. La gracia era que bajo la pantalla, tenía escrito su número telefónico. Esto permitía la realización del milagro: recibir llamadas en plena calle sin pagar nada.
La primera vez que vi uno de estos fue en Santiago, obviamente, de vuelta en mi región conté a todos en mi casa que había estado frente a uno de estos nuevos juguetes, que más tarde se apoderarían de nuestras veredas y plazas.
Por más que tratamos en muchas ocasiones, nunca pudimos utilizar la técnica de la aguja y menos la alternativa que significaba pelar el cable (en estricto rigor) y dejar el cordón del auricular con los cables a la vista en estos aparatos “inteligentes”. La desilusión fue acrecentándose cuando veíamos con tristeza que cada vez eran menos los teléfonos amarillos en mi ciudad y, por lo tanto, menos las posibilidades de recuperar el dinero que el monopolio de la telefonía en ese entonces nos robaba.
Poco a poco estos aparatos también fueron desapareciendo, pero el sistema de recepción de llamadas se mantuvo, esta vez, con otros aparatos un poco más grandes y más toscos, algunos diseños de color celeste fuerte y otros blancos (estos con pantalla amarilla) que imponían su presencia, seguramente, por estar preparados para soportar robos, maltratos o trampas. Más de una vez, en uno de los celestes que me tragó la moneda sin poder concretar mi llamada, metí la mano con los dedos hacia arriba por donde debía devolverme el importe que había depositado y me encontré con la sorpresa de sacar un trozo de esponja desde ahí. Lo bueno de eso era que al sacar ese cuerpo intruso caían muchas monedas que muchas personas ya habían perdido.
Tiempo después conocí un sistema que no voy a detallar pero que ha sido lo mejor que me pasó telefónicamente hablando. Pude llamar sin costo, ilimitadamente y desde mi casa a cualquier teléfono del mundo. En eso estuve casi un año.
Luego tuve mi primer celular, en el verano del 98. Todos los que sabían me llamaban. Nunca sabía quien me llamaba pues en la pantalla sólo aparecía la palabra “Call” mientras sonaba uno de los cuatro tipos de “ring” que tenía el aparato. Claro, la llamada a celular tenía el mismo valor que la llamada local, total era yo el que pagaba $350.- el minuto hablado y recibido.
Bueno, han pasado muchos años ya, los equipos celulares, que todavía sirven para efectuar y recibir llamadas se han tomado mi país y las compañías de telefonía básica han perdido la batalla contra la delincuencia y contra quienes hacen trampa en sus aparatos públicos (yo me incluyo, al menos en mi juventud). La destrucción de los teléfonos públicos ha sido un tema sin resolver y un aporte que la ciudadanía nunca valoró, sobre todo considerando que los números de emergencia siempre se han podido discar de forma gratuita. Alguna vez también colaboré con la destrucción de algunos de ellos, pero en otra ciudad. Eso pasaba cuando no diferenciaba entre los 5,2° y los 35° alcohólicos de las botellas.
Era joven.
En esta pérdida de la batalla, las compañías (si es que eran más de una) optaron por darle facilidades a los pequeños empresarios para adquirir teléfonos públicos y ubicarlos en sus negocios. De esa forma siguen percibiendo dinero, pero ya no por las llamadas efectuadas, si no por la compra, arriendo o concesión de los aparatos (qué se yo cómo funciona). Entonces el problema pasa a ser del encargado y, obviamente, él deberá cuidarlo si quiere recuperar la inversión logrando que sus vecinos hagan sus llamadas desde ahí. O sea, un cacho menos para las telefónicas.
Yo le pregunté a uno de los muchachos que aparece en la foto (tomada el jueves 27 de Noviembre en calle Condell esquina Huito, donde está la escalera mecánica) si este trabajo era para renovar la instalación de un teléfono público, él me contestó que no. Sólo estaban sacándolo de ahí, y de una forma muy artesanal según pude ver. Le hice la pregunta para hacerles notar a ambos que iba a tomar una foto, por si no querían aparecer y hacerse famosos en mi blog.
Todo indica que esta será la tendencia. No sé si alguien todavía echa monedas en un teléfono de la vereda, de esos con techo, que no tienen a nadie para reclamar en caso de que algo pase con nuestra moneda.
Está claro que preferimos echarle la culpa a alguien por un desperfecto que agarrar a patadas un teléfono que no tiene encargado.
Los teléfonos en la calle no tienen usuarios y es probable que desparezcan. A pesar de ser un nostálgico asumido, a mi no me conmueve tanto. Después de todo, aun conservo un auricular de la telefónica Manquehue que arranqué una noche de 1993, creo que en Providencia.

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