martes, 7 de septiembre de 2010

EL OTRO BICENTENARIO

Apropósito de la publicación del más reciente Premio Nacional de Literatura, el cual recayó sobre la escritora Isabel Allende, pude notar la abismante distancia que me separa, no de la gente que escribe, sino de la gente que lee.

Aunque eso no sea el tema central de esta nota, reparé en que hubo algunas personas que criticaron esta decisión. Oí algunos argumentos acerca de que se trataba de alguien popular en su escritura, que su perfil no correspondía al de un escritor inmerso en el mundo intelectual de las letras, además que es una mujer y el premio generalmente se le otorga a hombres. Para mí resulta un poco discriminatorio pensar eso. Desde mi ignorancia más acérrima en lo que a “letras” se refiere, creo que es un premio justo, a pesar de que jamás he leído nada de ella. Ni de nadie. Mío cid y el Quijote en parte son culpables de ello.

Ocurre que años atrás (1951), a Gabriela Mistral se le otorgó también el premio Nacional de Literatura, pero el detalle es que se le entregó seis años después que recibiera el Premio Nobel del área.

Aunque sé que me meto en las patas de los caballos y, sin tratar de compararlos, debo decir que el caso de Lucila me regala dos cuestionamientos. Por un lado, me permite usarlo como ejemplo para reconocer que, la poesía de Mistral siempre ha sido popular, aun cuando ella haya estado ligada a labores consulares y educacionales. Y cuando digo popular, no me refiero a que desde siempre se hayan repartido sus textos en las poblaciones, sólo quiero decir que también han sido bastante bien vendidas, en varios idiomas y en todo el mundo, no sólo acá.

En otro sentido, el hecho de que a ella se le haya reconocido su obra mediante la entrega del Premio Nacional, después del Nobel, muestra, inequívocamente la ignorancia e ingratitud que tuvimos para con ella. Defectos que siempre hemos tenido, antes y después de Mistral.

Defectos que nuevamente han salido a relucir con la noticia de los 16 millones de pesos y los setecientos mil pesos mensuales que recibirá de por vida la señora Allende.

Ni en la mejor película o los mejores sueños, o incluso las peores pesadillas de nadie, se suponía que estaría presente la imagen de Joaquín Lavín comunicándole a los medios y a la misma Isabel (mediante video conferencia), esta designación.

Entonces ahí brotan como la maleza las palabras chaqueteras, propias de nuestra cultura. Claro, porque seguramente un grupo de intelectuales (ya a estas alturas no sé quién es capaz de proclamarse como tal) de corbata y de noventa y tantos años, machistas y conservadores más que la temperatura bajo cero, cree que es una nominación popular y liviana. Sin embargo yo tuve otra percepción. Me pareció que todos los círculos culturales y artísticos, así como varias personalidades de gobierno y de oposición, cerraron filas apoyando y felicitando a la escritora radicada en Miami.

Uno de los comentarios que publicaron en televisión decía algo así como “que particulares somos los chilenos, en las desgracias (como el terremoto o lo de la mina) nos unimos, sin embargo en los logros, nos dividimos”.

Y vaya que tiene razón quien sea que haya escrito eso.

Cuando tenemos que sufrir, todos nos ayudamos, Don Francisco nos dice unas palabras y ahí vamos todos corriendo a levantar a nuestros compatriotas. Pero cuando algún chileno en el mundo tiene algún logro, pensamos que no se lo merece o que le resulto fácil.

Antes no éramos así. Creo.

Recuerdo que a fines de los años setenta y comienzos de los ochenta, para un chileno ganar el Festival de Viña era motivo de portada en los diarios y comentario obligado, además de la importancia que tenía para el propio artista. También recuerdo al primer chileno que ganó el Festival OTI, en Mexico, Fernando Ubiergo, un acontecimiento importante que todos celebramos. Incluso en un ámbito más superficial, la Miss Universo, la misma Cecilia Bolocco. Motivo de alegría. Sana alegría por lograr pequeñas cosas para Chile y aplaudirlas en el momento justo.

No faltará el fanático que explicará estas cosas aludiendo a conspiraciones para desviar la atención de lo que pasaba en Chile. Si existe ese fanático y está leyendo esto, le dedico el texto completo.

Ahora no pasa eso.

Si una cantante es bonita y le está yendo bien, seguramente tuvo que acostarse con alguien antes. Si un deportista trae a Chile medallas, seguramente sus rivales eran de segunda selección.

Hace muy poco que se están instaurando los homenajes y reconocimientos en vida a muchas personas que han entregado sus vidas a dejar el nombre de Chile bien puesto en cualquier parte donde van. Sin embargo, seguimos dudando de cualquier cosa buena que alguien pueda estar logrando o de cualquier éxito que pueda tener.

El “chaqueteo”, “el pago de Chile”, o simplemente la envidia ante el éxito de otro, son algunos ejemplos de lo que nos consume día a día y cada vez más. Características nuestras que no aparecen en el bicentenario. No, porque para el bicentenario somos unidos, solidarios, amigos, somos fuertes, nos levantamos ante todo, somos trabajadores, buenos compañeros, generosos y “aperrados”. Pero el Chile real no es así.

Ni con Pinochet, Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet o Piñera. El lema nuestro parece que siempre ha sido: “si te descuidai’ te cago”.

Si nos va bien, fue “de pura ‘cuea’”.

Quisiera que eso cambiara, conozco personas que lo intentan a diario, pero es muy difícil, sobre todo mientras nadie colabora.

Felicito a las niñitas que ganaron medalla de oro jugando fútbol, felicito a Isabel Allende por su premio, felicito a Matías González que está ganado medallas afuera y a la única que le importa es a Carola Urrejola de canal 13.

Felicito a quienes tienen genuinas palabras de elogio para las personas exitosas. A veces no importa que sean un cumplido, pero es mejor que hacerse el desentendido o “chaquetear”.

Si tuviera que enunciar alguna otra mala conducta típica chilena (no exclusiva) en este bicentenario, nombro al consumismo. Comprar las cosas para tenerlas porque es bueno tenerlas, porque los otros las tienen y porque siempre son necesarias, es algo que nos está metiendo en problemas.

Si tengo que destacar, por el contrario, algo bueno de nosotros, creo que debe ser la rapidez con la que nos hemos acostumbrado, chilenos de diferentes generaciones, a aplicarnos con la tecnología. Pero tampoco defiendo esta elección ciegamente.

Tenemos como grupo, generalizando en extremo eso sí, muy pocas cosas buenas. Por eso insisto, aplaudamos ahora lo bueno que veamos, pues es poco y tenemos una deuda en ese aspecto.

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