lunes, 21 de abril de 2008

A 20 AÑOS DE GABRIEL


Me demoré un poco en recordar, pero algunos medios me ayudaron. El 15 de abril se cumplieron ya veinte años de la trágica muerte de Gabriel Parra. Parra de los verdaderos (no de los Cereceda), con Claudio y Eduardo, tres de los integrantes de Los Jaivas.
Hicieron una pequeña gira acá en Chile, yo sólo recuerdo que hubo un concierto en el estadio Valparaíso, en Playa Ancha y otro en Quillota, creo que hubo otro más pero no recuerdo dónde fue.
Después de eso, en un accidente automovilístico, muere uno de los mejores bateristas que ha tenido este olvidadizo país.
No recuerdo con que autorización ni muchos detalles, pero llegué un día al atardecer a la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores (o Parroquia de Viña) y entré, como muchas más personas, a despedirme de este músico, al menos con mi pensamiento y me imagino, alguna pequeña oración. Hice una larga cola desde la entrada, luego de una vuelta, encuentro un ataúd completamente cerrado y, curiosamente, algo más pequeño de lo que yo suponía era el real tamaño de Gabriel. Rodeado de muchas flores, coronas y suave iluminación el momento me provocó quedarme pegado mirando la fotografía que había detrás en altura. Era una imagen en blanco y negro me parece en donde él está parado sobre la batería creo, alzando su mano derecha al cielo y sosteniendo sus baquetas con la forma de la “v” que para algunos significa victoria, pero que para él imagino que simbolizaba la paz.
Si alguien pensó que con esa foto se nos iba a mover el piso del templo, estaba en lo correcto. Fue más que emocionante, pero se interrumpió todo cuando alguien me dijo que siguiera avanzando.
Estaba en tercer año medio, cuando días después, a la salida de un ensayo de la banda de guerra un sábado al mediodía, corrí a tomar la micro, con ese cuaderno que era tan importante como el carné escolar, para obtener tarifa rebajada antes de las dos. La micro se detuvo ante un impresionante taco, me baje a la altura de la estación Miramar (frente al Journal para los más nuevos) y comencé a correr sin imaginar que lo que ocasionaba esa congestión, era nada menos que el funeral de Gabriel, el mismo motivo de mi carrera. Parecía que toda la ciudad se había reunido en las afueras de la Parroquia, entendiendo las afueras de la Parroquia, casi hasta la altura del actual Santa Isabel en la Plaza de Viña.
Me mezclé entre la gente, de pronto cantando algunos temas, de pronto en silencio. Por ahí, entre las cabezas, se veía al gigante Claudio, con un pálido rostro observando, un poco incrédulo creo yo, la convocatoria que tuvo la despedida de su hermano, un viñamarino célebre.
Célebre en un momento en que los que estábamos ahí éramos admiradores del grupo Los Jaivas. Cuando Los Jaivas aun no eran un mito, una institución o un producto de culto. En Abril del año 1988 caminamos hasta el cementerio de Santa Inés para despedir a un integrante de un grupo musical, de esos que ahora hay muy pocos. Despedimos a un músico, a un Parra de verdad, a un viñamarino, un baterista zurdo que nunca pude ver tocar en vivo, pero que está ahí, siempre.
Está ahí para recordarme ese momento, ese tiempo cuando en el liceo conversábamos que Los Jaivas nunca volverían a ser lo mismo sin él. Está ahí, inmortalizado en un retrato que hice una semana después de lo que cuento y que aun conservo.
Y Los Jaivas nunca fueron lo mismo. Y cuando murió el Gato todo el país quedó impactado. Pero hace rato que ya habían cambiado.
Gabriel se llevó su energía, se llevó gran parte del grupo al cielo, al cielo que apuntaba con sus baquetas como diciendo “...allá voy...”.
Y ahí debe estar, veinte años después, ni idea debe tener de las seis o siete cuadras que yo corrí para caminar junto a él por primera y última vez.
Yo era joven y aun así tenía muy claro quién era Gabriel.
Y aun tengo claro quién es.
¡Salud maestro!

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