viernes, 18 de abril de 2008

PORTEÑOS, LEVANTEMOS LA CABEZA

Los segundos pisos


Existen algunos detalles que sólo los porteños nos podemos dar cuenta. O mejor dicho, sólo los porteños “no” nos damos cuenta.
Partimos por el imperdonable descuido de no observar las fachadas que en general nos rodean en el plan de la ciudad. Para ser más exacto, al no levantar la vista, nos estamos perdiendo la inconmensurable belleza de los segundos pisos del plan de la ciudad. A escala humana, el techo que tenemos está regido mayormente por los letreros luminosos que cubren la mayoría de las fachadas, formando parte de cientos de locales comerciales. De vez en cuando se deja ver por ahí, una oscura puerta que debe conducir, sin duda, a algún antiguo estudio fotográfico o alguna propiedad privada.
También se ocultan los segundos pisos con la histórica ensalada de cables de todo tipo y sus respectivos postes.
No levantamos la cabeza, no sabemos que hay ahí. A veces hermosos balcones, ventanas, adornos, esculturas, molduras y una belleza que ya es histórica y que no vemos. Sólo vemos el primer piso, una niña que nos reparte volantes (flyers, como se dice hoy), televisores encendidos, parlantes a la calle con una horrible música, captadoras de clientes para las tarjetas, vendedores de películas y juegos, en fin, todo a nuestra escala. Todo a la mano. Pero ¿qué hay sobre las farmacias Cruz Verde por ejemplo? Sobre una central de llamados en Av. Pedro Montt al llegar a Rodríguez, existe un balcón con pilares, imagino a comienzos del siglo XX a alguien fumando su pipa apoyado ahí. ¿Qué tipo de construcción se emplaza sobre importantes tiendas?
Pienso que el orden es al revés. Las tiendas, están ahí porque ahí estaban desde muchos años atrás los edificios. La última que vi caer fue la ferretería Francesa, ubicada en Av. Pedro Montt esquina Carrera, con sus clásicos ventanales, y la puerta de una tradicional construcción del puerto. Toda la fachada del primer piso se hizo de nuevo y han hecho dos grandes entradas con cortinas metálicas gigantes. Sólo quedan los pisos superiores de una antigua edificación.
Miremos los segundos pisos, tratemos de fijarnos que es lo que hay sobre nosotros cuando sólo miramos de frente y de lado, nunca ponemos atención a lo hermoso que es el puerto en sus segundos pisos.


Los semáforos

La ciudad se está llenando de semáforos, a cada esquina, el plan del puerto se convertirá en una gran cantidad de luces. Esto sería un verdadero aporte si los estudios viales demostrarán que los semáforos han sido efectivos para un mejor desplazamiento de peatones y automóviles. Resulta que a lo largo de Av. Pedro Montt, los peatones porteños no levantan la cabeza y sólo cruzan por instinto la calle. Se llena de bocinas, sobre todo cuando la señora que cruzaba esta arteria en la época en que sólo circulaban tranvías y autos Ford, va a paso muy lento. Tal vez no sabe la diferencia entre un monito verde y uno rojo, entonces el conductor la levanta de un bocinazo.
Los escolares en grupo que cruzan raudamente pero de forma atrevida y cubren de improperios al osado chofer que, cruzando con luz verde advierte con su bocina que los muchachos están cometiendo una falta. Los porteños que cruzan hablando por teléfono. No saben cruzar la calle, basta que no venga un vehículo y avanzan, da igual el color de la luz. ¿Nadie se da cuenta de eso? Al parecer creen que mientras más semáforos ubiquen en las esquinas, la gente aprenderá a cruzar la calle. Error, eso no será así. Valparaíso se está convirtiendo en la ciudad de los semáforos, y así como veo las cosas, pronto será la ciudad con los más altos índices de atropellos. Porque no levantamos la cabeza, porque no miramos la luz.

Porque vivimos sólo a nuestra escala, con lo que nuestra vista alcanza, porque la vista, a pesar de ser porteños y tener una vista envidiable desde los cerros, no la tenemos educada y no consideramos el aporte que nos puede dar una visión más amplia de las cosas. Desde reconocer la arquitectura que tenemos y que se nos va quemando de a poco, hasta levantar la vista y fijarnos en una luz roja que puede salvarnos la vida.

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