miércoles, 19 de marzo de 2008

¡¡ De dónde sacaba un parche !!

Desde que empecé a salir solo a la calle, mejor dicho al centro de la ciudad, una de las cosas que me llamaba mucho la atención en una muy movida ciudad de Viña del Mar era el valor del pasaje de la micro. Costaba 20 pesos bajar al plan de la ciudad y 40 pesos subir si es que tomaba la locomoción a la altura de calles Quillota con Arlegui, cerca del estero de Marga Marga. Antes de ese punto el valor era de 60 pesos. Qué tiempos. Con 100 pesos tenía acceso al centro de la ciudad.
Otra de las cosas que veía y que nunca he dejado de observar con los años es la cantidad y variedad de mendigos que existían y que aun merodean por las calles, cada uno con sus característicos pregones, ubicaciones y estilos.
Hablar de los mendigos amerita un capítulo aparte, sólo quiero recordar a algunos célebres de la ciudad y de mi tiempo de aplanar calles por cierto.
Recuerdo a la ya trágicamente fallecida señora Juanita (creo que ese era su nombre), tocando su guitarra desafinada y con no más de dos cuerdas que tarareaba melodías desconocidas pero mágicamente alineadas con el maltratado instrumento, ella se ubicaba sentada en una silla de ruedas, siempre rodeada de personas, en calle Valparaíso, casi esquina Quinta, a pasos del local de galletas Tip Top.
Nadie podría olvidar a aquel hombre moreno, que tenía que mantenerse de pie apoyado en sus dos muletas. Nunca supe su nombre pero siempre estaba escuchando “personal stereo” (no existían los mp3 ó mp4) y pedía limosna en la puerta de diferentes tiendas en calle Valparaíso. Lamentablemente hace muchos años atrás tuvo la mala idea de dejarse entrevistar por un programa de televisión que lo mostró cómo realmente era. Ahí contó acerca de su estilo de vida, de la cuenta bancaria que tenía gracias a la ayuda de la gente. Tenía, en ese tiempo, más plata de la que yo podría generar en un par de años. Desde entonces nadie más le dio un peso. Nunca más supe de él.
Cualquier viñamarino que se precie de tal recordará a la señora que se paseaba de un lado para otro en el centro pregonando fuerte y claro “...tiene diez pesos...”. Los rumores decían que tenía una buena familia que de vez en cuando trataba de sacarla de la calle para darle un mejor vivir, pero que ella, por alguna enfermedad mental, optaba por huir y pedir dinero en la calle. También se creía que ella se jugaba la plata en el casino. Creo que ella también falleció, al menos no me sorprendería, era muy anciana hace muchos años atrás.
También en el centro, o a veces, en el puente Libertad del estero, se ubicaba otro hombre discapacitado que, desde el suelo agitaba una cajita de zapatos con algunas monedas y gritaba en un tono muy serio, casi enojado “...’na monita...” (una monedita).
Otro personaje es un hombre, también discapacitado físicamente, que se ubicaba en el puente peatonal que cruza el estero en calle Quinta. Su característica era que piropeaba de manera muy ingeniosa a las mujeres que pasaban por el lugar. Muchas de ellas le sonreían y era motivo suficiente para darle alguna moneda, a muchas también ya las conocía en su tránsito diario por el lugar.
Todo lo escribo en pasado, pues no sé del presente de algunas de estas personas, ya no transito con tanta regularidad por el centro de Viña.
Ellos son o fueron lo que podría llamar “clásicos de la mendicidad”, todos sabíamos exactamente cual era cual y lo pedían claramente y hasta a veces cooperamos. Hay muchos más que podría mencionar, pero ahora el tema es otro.
En el mismo centro de Viña, ahí, en Calle Valparaíso casi esquina Etchevers, a pocos pasos de la tradicional panadería Viale, se sentaba en un pequeño piso de madera, una mujer con una guagua en brazos. La vi ahí hasta que la guagua debió tener casi 5 años y aun la sentaba en sus piernas.
Ella me confundía. Sostenía en sus manos muchos parches curitas (esterilizados y micro-perforados, por cierto). Pedía con una voz muy lastimera: “... coopéreme con un parche curita por favor...”.
Nunca pude ayudarla, nunca anduve trayendo uno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con tanto mendigo pidiendo en las calles, y ahora también en las micros; lo único que perdemos es la sensibilidad humana, principalmente porque cada vez es más difícil creer en las historias de dolor y marginalidad que uno escucha de parte de "estos personajes". Ya no se sabe hasta donde creer, y eso nos va poniendo más duros, insensibles y fríos. Alejados cada vez más de tender una mano a quién lo necesite.

Anónimo dijo...

Me acordé cómo Cocoloco amenizaba las tardes de playa en Reñaca...


Cleito